El indigno trato al avión
presidencial boliviano muestra hasta dónde piensa llevar Washington la cacería
de Snowden y la cobardía de los europeos.
Daniel Samper Pizano
Barack Obama dijo en Dakar el 27 de
junio: “No voy a enviar un caza a reacción para detener a un pirata informático
de 29 años”. Pero le faltó poco para hacerlo, a juzgar por el bochornoso
episodio de hostigamiento y retención (otros lo llamaron “secuestro”) del avión
del presidente boliviano Evo Morales en Europa una semana después. Nadie duda
de que las presiones de Washington motivaron la cobarde actitud de varios
gobiernos europeos. En esa misma ocasión, Obama agregaba: “Haremos todo lo
posible para que Edward Snowden sea detenido y juzgado”. Esa era la clave,
claro: faltaba la palabrita mágica: “legalmente”. Ahora entendemos que la
ausencia de tal condición no era un mero olvido de este presidente que cada vez
es más Bush y cada vez menos Carter. Quedamos notificados de que Washington
pasará por encima de cualquier ley para atrapar y juzgar a Snowden.
¿Qué se pretendía al negar al avión
boliviano el paso por cielos europeos y el aterrizaje en el continente? ¿Que
cayera al agua? ¿Que buscara socorro en el África? Al final, fue allí, en las
islas Canarias, donde pudo tanquear, después de que graciosamente España lo
aceptara: España, que, por sus vínculos con América, ha debido ser la primera
en protestar.
Temían que Snowden viajara hacia el
exilio al lado de Evo. No me digan que los Estados Unidos, que espían desde
hace años al mundo entero –los secretos de Estado alemanes, las comunicaciones
de la ONU, el Facebook de mis nietas– se muestran incapaces de saber si el
hombre más buscado del globo se subió a un avión en el aeropuerto de Moscú o
está escondido en el baño de señoras.
El acoso a la nave de Morales expone la
triste idea que, desinflada toda retórica, tienen los gobernantes europeos
sobre nosotros: en este verde planeta donde todos bailamos cogiditos de la mano
como si fuéramos iguales, seguimos siendo pueblos de segunda, colonizables e
irrespetables. Muy gallitos los franceses y sus vecinos al protestar por el
espionaje gringo, pero acabaron poniendo temblorosos huevos cuando el Hermano
Mayor dio una palmada en la mesa. ¿Se imaginan lo que habría pasado si en
Surámerica el avión presidencial francés hubiera sufrido el ignominioso trato
que padeció el de Evo? Como mínimo, escuadrones de Mirages en el firmamento,
expulsión de embajadores y suspensión de tratados comerciales. Pero como eran
los indiecitos latinoamericanos, pas de problème. Los gobiernos europeos
agradecen a Snowden que hubiera desnudado las trampas de que son víctimas. Pero
habrían disparado contra el avión boliviano si en él hubiera viajado el
valeroso informante que reveló la magnitud del espionaje estadounidense.
Pregunto: ¿qué diablos hace Colombia en la Otán, el club militar de estos
señores?
Resulta grotesco el espectáculo del
todopoderoso imperio persiguiendo a un inerme ciudadano. Y lo peor es que la
cacería relega a segundo plano la discusión de fondo: el espionaje ilegal y
universal al que todos estamos sometidos. Ese es el tuétano del asunto.
ESQUIRLAS. 1) Cumple cien años el que
muchos consideran el más bello bambuco colombiano: Cuatro preguntas (música de
Morales Pino y letra de López Narváez). Ojalá el historiador Jaime Rico
Salazar, autor del libro clásico sobre Morales Pino, pudiera precisar la fecha
exacta de su estreno, para rasguear tiple y bandola. 2) Demoledora la columna
de Cecilia Orozco (El Espectador, 3-7-2013) en que desnuda la operación de
inmarcesible lagartería y gula comercial que se esconde tras el título de Gran
Colombiano conferido a Álvaro Uribe. Hay honores que degradan. 3) El purasangre
inglés Thomas Chippendale cae fulminado en la pista tras ganar una carrera en
Ascot el 22 de junio y ese mismo día muere su preparador, sir Henry Cecil. A la
semana, el caballo Achtung gana en Madrid mientras velan a su entrenador,
fallecido cinco horas antes. Y dicen que las peligrosas son las corridas de
toros...
Daniel Samper Pizano
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